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Claudio Ernesto

Hija desaparecida

No tenemos el aire
sufriente para respirar

—Irma Hernández

Se la recuerda bajita
con su cartel del ¿dónde están? firme en la mano
transitaba todas las penas que se le cruzaban
con forma de calles, de casas, de ciudad
arrastraba una mirada triste
un esfuerzo de cementos y dolor
levantó la frente, levantó su cartel
en cada marcha organizada.

Se fue quedando sola a medida que la muerte
seguía visitándola, en especial cuando murió su hijo.
Pero del hijo tenía la certeza del ataúd
la certeza del funeral y de un lugar adónde ir,
pudo llorarlo con la tranquilidad de un último adiós.

Antes de morir
dijo a todos que su hija estaba muerta
que se lo decía su corazón de madre desolada.
Sin ese último reducto terrenal
donde dejar un ramo de flores
una lágrima sana, así se marchó.

Murió con la pena quemándole los labios
incendiando lo cotidiano
con el veneno permanente de no saber
dónde, cuándo, cómo.

El porqué es la condena del agresor.

Murió con la pena derritiendo poco a poco
su ya reducida existencia
con el recuerdo de esa última vez
fue allá lejos, fue en Cuatro Álamos,
y después
nunca más.

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