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Lourdes Tutaine-Garcia

Postal de La Habana

Las mujeres se especializaron en dejar atrás
y avanzar con manos vacías.


Empaquetaban
           la educación en trenzas,
           esperanza entre los dedos,
           coraje detrás de las costillas.

 

Llegaron
           después de la Inquisición en España,
           cuando los monzones inundaron las Filipinas,
           durante la Segunda Guerra Mundial de Alemania,
           después que robadon los árboles de Haití,
se asentaron en la isla con brisas fragante de guayaba,
cubierta con caña de azúcar que cosecharon para liberar
           plátanos y cerdo asado para las cenas,
           dulzura al mundo.

 

Cuando el olor del beneficio despertó a los políticos,
las mujeres se vieron obligadas marcharse de nuevo,
abandonando los huesos de sus maridos en los campos de batalla.

 

Remaron hasta el continente más cercano,
se asentaron de nuevo, aprendieron a cosechar
patatas para comer, nieve para beber.

 

Algunas se consolaban con terrones de azúcar
guardados en el fondo de los bolsillos.
Después de tanta amargura, no podían dejar atrás ninguna dulzura.

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